Una forma de ganar más rodeo sería generar incentivos fiscales para que los empresarios dedicados al engorde a corral lleven a más kilos los animales.
La cantidad de terneros que producen los criadores es inferior a la cantidad de animales faenados en un año. Esto implica que matamos por encima de los nacimientos. Si le sumamos la muerte natural, estamos en un escenario de pérdida de stock recurrente.
En la Argentina nacen 750.000 niños por año y fallecen 330.000 personas, lo que implica un crecimiento de 420.000 consumidores por año, un poco menos del 1% de la población total. Si la producción se estanca, en poco tiempo la demanda presiona sobre la oferta y sube el precio.
Lo que se exporta en Argentina no es lo que come el ciudadano. El 75% de lo que exporta Argentina tiene como destino China, a quien le exportamos carne de muy baja calidad. En ese país la fiebre porcina africana los dejó sin carne y necesitan comprar carne de baja calidad y precio. La carne se hierve y se sirve con vegetales, nada que ver con el gusto del argentino. Exportamos animales de gran peso, baja calidad y avanzada edad. Las exportaciones de carne vacuna argentina al exterior sumaron u$s2.750 millones en el 2020, una suma nada despreciable si se tiene en cuenta que las reservas líquidas netas del Banco Central son negativas. Cerrar estas exportaciones es tirarse un tiro en el pie.
El consumidor argentino desea comer una carne tierna. Para lograrlo se cría un animal de bajo peso, entre 340 y 380 kilos en el mejor de los casos, y eso devuelve una carne con poca grasa, con un costillar entre 6 y 7 kilos, que es la delicia de los consumidores.
El precio de la carne está en directa relación con la escasez de terneros: un ternero vale $220 el kilo y lo compra un empresario dedicado al engorde a corral. Con un poco con pasto y otro poco con maíz lo lleva a 360 kilos, lo que demora entre cuatro y ocho meses en función del mix de comida que le brinde al animal. Para que el ternero engorde un kilo hay que darle 10 kilos de maíz: el maíz vale $20 el kilo y ya tiene incorporada retenciones del 12% en el precio del producto. Aplicar más retenciones al maíz sería una locura porque restringiría la oferta en el mercado interno y no generaría una baja del ternero, que vale $220 el kilo porque la oferta es baja en función de la demanda de mercado.
Un animal de 360 kilos vale en el Mercado de Liniers $190 el kilo, unos $30 menos que el ternero que compró el empresario dedicado al engorde a corral. Cuando hace bien los números, en el mejor escenario, salió derecho, ante el más pequeño desvío perdió dinero. En los últimos ocho meses, sale más hacienda que la que ingresa en el mercado de engorde a corral, y eso significa que están perdiendo dinero.
Cuando se manda a faenar un animal al frigorífico solo retorna un 55% de lo que pesa el animal, ya que el resto se pierde en menudencia, cuero, huesos, etc. Eso implica que el costo de $190 se transforma en $345 el kilo. El abastecedor y el carnicero le suman un 50% adicional a dicho costo para desarrollar una actividad con un mínimo de ganancia, eso hace que la media res de 99 kilos tenga un costo de $517 por kilo.
Una media res tiene cortes muy económicos y otros muy caros. Se vende a muy bajo precio la aguja, el puchero y la carne picada, mientras que el lomo, entrecot y asado a precios más altos. Por cada día que pasa la carne en el refrigerador, podemos estar perdiendo peso, con lo cual las pérdidas por manejo pueden ser importantes. No es un gran negocio para el carnicero y solo un buen llamador para el supermercado.
Bajar el precio de la carne implicaría generar una política de Estado para que el criador tenga incentivos para producir más teneros, de esta forma a futuro bajaría el precio del ternero y por ende el precio de la carne. Una forma de ganar más rodeo sería generar incentivos fiscales para que los empresarios dedicados al engorde a corral lleven a más kilos los animales. De esta forma, con menos animales, produciríamos más kilos. Para ello es necesario que, pasados los 300 kilos, los empresarios dejen de pagar impuestos, de esta forma habría incentivos a hacer animales más grandes.
Sin incentivos a la oferta, es imposible bajar precios. Hay que ganar productividad en los distintos eslabones de la cadena. Para que esto suceda es necesario inversión, para invertir tiene que existir rentabilidad, para que ello ocurra la porción que el Estado se lleva de los negocios debe ser menor, y hay que trabajar para agrandar el sector privado, mientras se achica el Estado.
En la medida que no se logre inversión, la inflación será un tema recurrente, y si el Gobierno desea combatir la inflación recurriendo al atraso cambiario, lo que producirá es una pérdida de competitividad que hará caer las exportaciones, ingresarán menos dólares, y desembocaremos en un descontrol cambiario, como el producido en el año 2018.
No repetir los errores del pasado es esencial para no caer en escenario de alta inflación y devaluación. Hay que pensar más en la inversión y generación de riqueza, que, en el control de precios y atraso cambiario.
Fuente Ambito.com